Cuando nacemos, somos dependientes, más adelante nos
transformamos en independientes para terminar siendo interdependientes. Esta,
en principio, es la vía completa de desarrollo, pero por regla general, nos
quedamos en la primera etapa o, como mucho, en la segunda.
Las dos figuras, como pilares fundamentales y que nos dan la
vida, son los padres. En concreto, nacemos a través de la madre, y somos dependientes
de ellos, en principio, hasta la mayoría de edad (como poco, hasta los siete
años).
De ellos heredamos TODO: tanto las virtudes como los
defectos. Por lo tanto, tenemos en ellos un excelente espejo donde ver lo mejor
y peor que hemos labrado en otras vidas y que traemos en herencia inexcusable,
de forma que, tomando estos datos, podremos avanzar mucho camino, pudiendo
potenciar las virtudes así como corregir los defectos.
Estamos hablando a niveles físicos, emocionales, mentales,
espirituales: todo lo que vemos en ellos es lo que hemos de trabajar, por raro
que nos parezca (con el tiempo, así lo veremos).
Ahora, la cuestión es… ¿nos llegamos a independizar de
ellos? ¿llegamos a cortar el cordón umbilical?? Mucha gente puede
independizarse de tal manera que cancelan esa relación con un corte seco, como
si no fuera con ellos la cosa., pero, con el tiempo, encontrarán que repiten
los mismos patrones…. En otras ocasiones, aunque existe una aparente
independencia, internamente se añora aquel “nido”, seguridad, armonía, calidez, amor…
con lo cual, falta por cerrar esa etapa: realmente, la relación con los padres “físicos”
dura un tiempo, hasta que nos valemos por nosotros mismos y esto incluye desarrollar esa imagen o pilar en nuestro interior: desarrollar en nosotros la
Madre Cósmica y el Padre Eterno. Realmente, los padres físicos son una
representación, en este plano, de los Padres Divinos, eternos.
Y, para aquellas personas a las que les falta uno de ellos,
incluso los dos o que, aún teniéndolos en vida, han sido alejados de ellos en
la más tierna infancia o que, por algún motivo, aunque esto no ocurra, la
persona se toma como que “no son sus padres verdaderos”, esta experiencia crea
un sentimiento de abandono muy difícil de erradicar a lo largo de la vida, a no
ser que se trabaje sobre ello, principalmente, con los símbolos: ¿qué ocurre
aquí? Posiblemente, en otra vida, hemos tenido un exceso de vivencias o apegos
con alguno de ellos o con los dos: hemos desarrollado en exceso ese tipo de
energía.
Arquetípicamente, el padre representa la parte espiritual,
al Padre Eterno, y la madre representa al mundo físico, a la Madre Naturaleza,
Cósmica, pero si desarrollamos más una fuerza en detrimento de la otra, pues se
produce un importante desequilibrio. Por ejemplo, si una persona se dedica en
exceso a la vida espiritual, interna, prescindiendo o alejándose del mundo
físico, este es un error terrible, pues, sí hemos tenido la inmensa suerte de
tener un cuerpo con el que nacimos, deberíamos aprovechar cada segundo, en este
mundo, valiosísimo para nuestro bagaje y enriquecimiento internos.
Pero si enfocamos toda la energía en la madre o el mundo
material, se anularía nuestro mundo interno, espiritual, el cual es la fuente y
origen de nuestro Ser, además de dejarnos caer de lleno en el mundo de Maya y
de los egos, las sombras y todo lo aparente e inconsistente de ese mundo.
En las siguientes vidas, los excesos se traducen en faltas:
un exceso de la figura materna o paterna nos llevaría a vivir su ausencia “para
aprender a desarrollar esa presencia en nuestro interior”, donde los podemos
encontrar siempre, pues forman parte de nuestro ser, indisoluble.
Así como, cuando se han cumplido las expectativas o
aprendizajes con ellos y “las integramos en nuestro interior” es cuando se
alejan, distancian o parten de este mundo, de igual manera: porque viven en
nosotros por siempre.
Es muy interesante trascender la materia, lo aparente y
profundizar en los símbolos que nos abren la puerta al conocimiento para
entender todo mucho mejor. Normalmente, lo que vemos en el exterior, suele ser
lo contrario de lo que Es, realmente.